POJAZZ EN
sábado, 5 de diciembre de 2009
LEOPOLDO MARIA PANERO
Hay restos de mi figura y ladra un perro.
Me estremece el espejo: la persona, la máscara
es ya máscara de nada.
Como un yelmo en la noche antigua
una armadura sin nadie
así es mi yo un andrajo al que viste un nombre.
Dime ahora, payo al que llaman España
si ha valido la pena destruirme
bañando con tu inmundo esperma mi figura.
Tus ángeles orinan sobre mí.
San Pedro y San Rafael
en una esquina comentan
mientras avanzo borracho
sobre esa piedra, payo,
que llaman España.
De Piedra negra o del temblor
Esto fue y no otro el poema que he recitado hoy cuando he detectado que
Lepoldo Mª Panero meaba a mi lado y no se había percatado de mi presencia.
Y ha brotado su risa histérica y sus ojos vivos, pero dura poco, ha empezado a toser y he tenido que esperar que el oxigeno caprichoso entrara en sus pulmones. He percibido a diez kilos menos de Leopoldo y con una voz casi imperceptible, me ha preguntado si lo esperaré fuera.
He subido a la planta superior preocupado, Leopoldo no está bien, algo pasa (Otra vez la felicidad vuelve a aparecer como siempre, con Jet lag y me ha dejado el agridulce como su mejor regalo). Pasamos la tarde en una terraza, con sus coca-colas, con sus cigarrillos, pero menos, muchísimos menos y su cara está desencajada durante la tarde, sus ojos apagados dan fe del esfuerzo que le cuesta respirar, hay risa, guiños y complicidad , pero no es Leopoldo, le falta el aire. Aún así pasan las horas mientras recitamos algún poema que otro, aunque se hacen inaudibles e indescifrables, a menos que suenen algunos versos en mi memoria…
Y todo se apaga, quedó a oscuras todo lo que me rodeaba cuando tuvimos que marcharnos para poder cenar en el psiquiátrico. Y caminamos por la calle Triana y Leopoldo camina a pasos muchísimos más cortos, casi sin equilibrio. Ha cambiado el calzado deportivo por unas zapatillas de goma.
Llegamos, nos da tiempo a seguir charlando, y nos queda tiempo para quedar para este lunes para estar en casa leyendo, riendo, fumando, en fin lo que apetezca.
Después he tirado nuevamente a los alrededores de la calle Triana y he entrado en el bar para tomarme un buen cubata pues a estas alturas uno casi puede aventurar que llegará la noche como una tormenta cruel, sosa, oscura. Una de esas noches en las que se comenten asesinatos, “suave como el peligro…”*. Paco el camarero, advierte mi estado de ánimo y se asegura el beneficio. Está amigable y chistoso. Esta vez se equivoca, no sabe que saldré del bar muchísimo antes de lo esperado.
Salgo otra vez sin despedida de Paco, enfilo los pasos de vuelta a la calle Triana. Llena de gente, con iluminación navideña, cientos de jóvenes como cachorritos, y cachorritas (por lo de la ministra) empinadas, apestando a gritos, saludos exagerados y el brote de jovialidad y hormonas habitual. Veo también a señoras con bolsas comerciales llenas de complementos, caras ácidas, más jóvenes espermáticos, viejos con las dentaduras mal pegadas riendo junto a otros viejos sin dentaduras. Entonces recuerdo por qué Leopoldo camina con la cabeza mirando al suelo, ausente, sin observar mas que sus pies, se me viene otra vez a la cabeza el poema y me da la respuesta.
Me asalta unas ganas enormes de gritar en medio de la calle, pues no entiendo que es lo que pasa con el ser humano, me es imposible concebir que no se puedan parar unos minutos a reflexionar sobre sus propias existencias. Y me vuelvo a sentir excluido, me miran como si les fuese a robar el bolso, a dar una puñalada. Sé que me brillan los ojos de ira. Observo los tacones de aguja de una joven veinteañera, su ajustado pantalón vaquero, sus primeros brotes de color en los labios y, a su lado, una especie de pitbull tatuado de unos treinta años perdonando las vidas de los transeúntes si miran a su mujerzuela. Vuelvo a pensar en Leopoldo, si por casualidad esta tarde se me ha presentado el falso Leopoldo, como en su poema “La llegada del impostor fingiéndose Leopoldo María Panero. Pero salgo de la duda, recitó perfectamente a Pound.
Finalmente, y a unos tres kilómetros de distancia tengo la sensación que Leopoldo me ha mandado su poema para salvarme la noche, se encuentra situado en el poemario EL QUE NO VE, en su IV Parte. ORINAR SOBRE LA VIDA y lleva por título:
UN ASESINO EN LAS CALLES
No mataré ya más, porque los hombres sólo
son números y letras de mi agenda
e intervalos sin habla, descarga de los ojos
de vez en vez, cuando el sepulcro se abre
perdonando otra vez el pecado de la vida.
No mataré ya más las borrosas figuras
que esclavas de lo absurdo avanzan por la calle
agarradas al tiempo como a oscura certeza
sin salida o respuesta, como para la risa
tan sólo de los dioses, o la lágrima seca
de un sentido que no hay, y de unos ojos muertos
que el desierto atraviesan sin demandar ya nada
sin pedir ya más muertos ni más cruces al cielo
que aquello, oh Dios lo sabe, aquella sangre era
para jugar tan sólo.
Solo quería deciros algo : ¡ Que le gusta a esta piedra llamada España la muerte triste o morbosa de un poeta!
Foto: Leopoldo Mª Panero y Russo Rodríguez 2004-2005.
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